La demanda de almidones modificados crece en alimentos, papel, adhesivos y cosmética, motivada por la búsqueda de texturas personalizadas y etiquetas más limpias. Para responder, las plantas necesitan líneas modulares capaces de pasar del desarrollo a la producción sin tiempos muertos.

Un flujo típico arranca con recepción y pretratamiento del almidón, seguido de gelatinización —donde temperatura y cizallamiento abren los gránulos—. Después viene la modificación química o enzimática (oxidación, acidulación, esterificación, entre otras) y la neutralización del pH. La suspensión se envía a un mezclador de alto cizallamiento con sistema de vacío, que atomiza auxiliares líquidos sobre la masa húmeda, dispersa los aditivos con cuchillas de corte y simultáneamente elimina vapor para adelantar el secado

Esta configuración logra:

Al final, el producto pasa a un silo tamponado y a sistemas automáticos de ensacado, listos para lotes de 25 kg o big-bags. La trazabilidad se garantiza registrando cada dosificación de sólidos y líquidos en el PLC central.

Una línea modular permite escalar desde 500 kg/h hasta varias toneladas por lote sin rediseños costosos y con la flexibilidad necesaria para lanzar nuevos tipos de almidón en semanas.

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